Mamar de tu pecho y nutrirme de tu leche tibia y dulce, como si fuera ambrosía. Dejarme atravesar por los rayos del sol. Notar como fluye la energía y la calidez a través de mi piel, de mi carne, de mis huesos, de mis células, de mis átomos, a la manera de un árbol, como el árbol primordial. Fundirme con tu luz y olvidarme de mi yo, transformándome en una eterna, infinita bola de luz que lo abarque todo, el cielo, la tierra, las galaxias, el universo, ser uno con todo, ser nada. Con una erección cual polla de Zeus y una media luna adornando mi rostro. Que crezcan raíces de mis pies y se hundan en la tierra, profundo, muy profundo, hasta el centro de la Tierra, afianzado en mí, sin movimiento, como una roca. Crecer, hacerme grande, alto como un Titán, tocar con mis dedos las estrellas y jugar con ellas como canicas y las nubes me hagan cosquillas en los huevos. Que la serpiente que se agita en mi baja espalda se yerga impetuosa ondeando la bandera de la libertad. Sin necesidad de nada ni nadie. Respirar la fragancia del incienso místico que todo lo rodea. Abrir mi cráneo y dejar que penetre la visión de un mundo nuevo. Danzar, danzar, danzar al compás del corazón tintineante que late al ritmo del diapasón universal. Despojarme de todo odio y confusión. Fusionarme con tu piel en un abrazo volcánico. Hundirme en tu coño santificado, ataviado de efluvios florales. Perderme en tu mirada profunda como un sueño de mil años. Alcanzar la más alta concentración vasta como el océano. Bañarme en la fuente del conocimiento y renacer sin mácula, puro.